Los niños, niñas y adolescentes son naturalmente frágiles, pero si hacen parte de una crisis migratoria resultan sensiblemente perjudicados. Cuando los niños, niñas y adolescentes migran, sufren, en principio, de una doble vulnerabilidad: por ser niños, niñas y adolescentes y por ser migrantes. Ahora bien, si esa movilidad se hace caminando para salir o retornar a Venezuela se suma otra debilidad, esta vez, marcada por los peligros que amenazan el tránsito hecho a pie en veredas, caminos, carreteras y autopistas que no han sido diseñadas para peatones. La migración en esas circunstancias se convierte en un terreno fértil para la violación de los derechos humanos de los niños, niñas y adolescentes terreno, además, plagado de riesgos que atentan contra su bienestar y salud físico-emocional, tales como: violencia en todas sus manifestaciones y trata de personas. Los niños, niñas y adolescentes en toda circunstancia merecen protección especial; pero, la manera de migrar descrita obstaculiza, en todas las dimensiones, el ejercicio pleno de sus derechos y desconoce su interés superior.